Juan Uslé – Decisión
Así está siendo la cosa en este segundo verano robado: un cataclismo de dimensiones formidables nos ha atropellado sin miramientos. Un bichito que ni siquiera vemos, un virus (ahora entendemos todos los matices que caben en la ya desgastada palabra) ha puesto nuestro mundo patas arriba. Lo ha derribado. Tiempos de peste. Todo nos lo narran al minuto… ese implacable parte de guerra diario: número de infectados, número de fallecidos, incidencia acumulada, etc. Tiempos en los que no es fácil encontrar un lugar donde sentirse seguro. Otra vez la incertidumbre.
Nos pensábamos libres de las grandes catástrofes; eran cosas de otra época, de otras generaciones. Como apunta José Ángel González Sainz en La vida pequeña (El arte de la fuga): “Creíamos de veras que eso ya no iba con nosotros, que era cosa de otras latitudes físicas y mentales y, sobre todo, que era cosa de la Historia y la Historia ya había terminado”. Pero la hecatombe ya estaba aquí: un inmenso naufragio conviviendo con nosotros, las infinitas caras del desastre… Cuerpos atrincherados. Silencio. Esto no es un sueño. Año 21 del siglo XXI.
Frente a esta ruina mayúscula, nos queda al menos la estrategia de la mirada: mirar al que mira como táctica de aprendizaje. Detener un momento asombroso. Escena I: Museo Reina Sofía. Alguien está a punto de quitar el plástico a un libro recién comprado. El ritual se acompaña de luz homogénea que congela un instante mágico, que no decisivo (seguramente lo “decisivo” esté dentro del volumen). Colores pastel. Todo está como “puesto en escena”, cada elemento en su lugar correspondiente. Luz y tiempo -fotografía- que nos trasladan a los almacenes del pasado cuando suena el clic. Y la vida, la emoción reposada fluyendo entre la tinta (pigmentada) y el papel (de algodón). Ensimismamiento y extrañeza. La siempre alargada sombra de Edward Hopper; de nuevo, el peso de la Historia.
“Para ser artista, hay que ser un espectador inquebrantable”, apunta Estrella de Diego. Juan Uslé es un gran observador y sabe que cada imagen responde a un relato que debe ser presentido por el espectador: “Me acerqué a la extraña plaza interior del Reina Sofía, la que forman el edificio Sabatini y la ampliación de Nouvel, con la decidida intención de dirigir el objetivo hacia el cielo, atravesando los lucernarios de la cubierta. Ya había disparado allí, en anteriores visitas, pero buscaba un cielo más rotundo y sugerente, capaz de fundir e inundar las cuadrículas de metal de los lucernarios”.
Caminar e identificar, caminar y ver; a veces, hacer una fotografía… actos cotidianos que, según Pablo López, suponen el fundamento de la práctica fotográfica. Esto es lo que ocupa nuestros días: hacer fotografías, mirar, establecer diálogos con las imágenes. Al final, todo se reduce a enfrentarse a un intrigante puzle: “Al acceder al patio, me quedé helado ante aquella figura solitaria observando ensimismada un objeto apoyado entre sus manos, y sus piernas cruzadas. Ella miraba el libro mientras yo, sigiloso, me acercaba, enfocando mientras rodeaba la escena. Lentamente suspiró y movió un poco sus dedos, parecía decidida a desenvolverlo. Un nuevo suspiro e, irrefrenable, acercó sus dedos hacia el borde superior del libro y comenzó a rasgar el envoltorio. El disparo se produjo justo en el momento en que ella decidía convertir el deseo en gesto”.
La fotografía, que nace de la sombra, siempre acaba interrogándonos. Nada es evidente: “Quizás su intención fuera adentrarse en un mundo abierto; pero ahora, cuando observo la foto, semiencerrado, interpreto la imagen como una doble metáfora, gesto de aproximación a la idea de liberar un mundo (el libro) y utilizar el plástico que lo envolvía para proteger su propio gesto con él”.
A menudo, pasamos demasiado deprisa por la vida, sin paladearla, empeñados en soñar y, lo peor, vivir otras vidas. Por eso, es necesario, una vez más, escuchar las palabras de Robert Louis Stevenson: “Tenemos tanta prisa por hacer, por escribir, por adquirir velocidad, por hacer nuestra voz audible un momento en el desdeñoso silencio de la eternidad, que nos olvidamos de una cosa, de la que esas otras solo forman parte, es decir, de vivir”.
Quizás, al final de este lamentable y casi apocalíptico proceso, solo nos quede como refugio ese pequeño universo que representa un libro, su lectura. Joan Margarit ya nos lo apuntó: “La libertad es una librería”. Sí, siempre nos quedará un libro para empezar a leer, para olerlo, para posarlo y distanciarnos de él. Silencio… Siempre nos quedará la sospecha de aquello que pudimos haber sido, de las otras vidas no vividas, de la ficción, de la vida… y del aburrimiento. Por eso, y a pesar de todo este magnífico desastre -sí, querido lector: esto es un oxímoron- que nos rodea, siempre nos quedará la ilusión de estrenar un nuevo libro. Silencio y enigma, como esta imagen de Juan Uslé, el fotógrafo.
Raúl Lucio
Juan Uslé (Santander, 1954), foto©Victoria Civera
Juan Uslé (Santander, 1954) es uno de los artistas españoles con más proyección internacional. Su obra alberga un rico universo poético, compuesto por pinturas y fotografías que dialogan entre sí. Las claves de su pintura hay que buscarlas, como ha indicado acertadamente Estrella de Diego, en “cierto malabarismo que escapa a las categorías: ni abstracto, ni figurativo […]. Las pinceladas son latidos del corazón con algo de electrocardiograma en su exactitud”. Entre sus pinturas y fotografías se establecen, tal y como ha señalado Gloria Crespo MacLennan, “vínculos evidentes, correspondencias y deudas que no siempre circulan en la misma dirección”.
Bajo el título Noli me tangere – El cuerpo atrincherado, el proyecto de La Caverna de la Luz para 2021 plantea una investigación sobre el cuerpo como motivo fotográfico. Pero no cualquier cuerpo: el cuerpo de la era post COVID–19 (en sentido estricto, deberíamos hablar del cuerpo en la era COVID–19, puesto que no parece que el virus tenga, a corto plazo, planes de abandonarnos). Comisariado por Raúl Lucio, presenta 12 propuestas que giran en torno a ideas como el cuerpo abatido, el cuerpo abandonado, el cuerpo sitiado, el cuerpo desolado, el cuerpo invisible, el cuerpo enfermo, el cuerpo aislado, el cuerpo esperanzado, el cuerpo renovado, el cuerpo renacido, el cuerpo observado… el cuerpo atrincherado. Mi cuerpo, el del otro… todos los cuerpos. En resumen, procesos de búsqueda acerca del lugar que ocupamos en el mundo.
Hasta la fecha han participado los siguientes artistas: Pablo Venero (enero), Ana Martín Zurdo (febrero), Maite Moratinos (marzo), Chema Prieto (abril), Rubén García Escalante (mayo), Miriam Mora (junio), Eduardo Gruber (julio) y Miguel Ángel García (agosto). Esta novena entrega de la serie de este año de La Caverna de la Luz, protagonizada por Juan Uslé, forma parte además de la programación oficial de PHotoEspaña 2021 en su sede de Santander.
En el último trimestre del año el proyecto se cerrará con las obras de Cecilia Álvarez de Soto (octubre), Pablo Hojas (noviembre) y el colectivo ZuLo (diciembre).
La Caverna de la Luz (lacavernadelaluz.es) es un proyecto que, coordinado por Javier Vila, viene funcionando de manera prácticamente ininterrumpida desde 2010 en la Calle del Sol de Santander. La propuesta es sencilla: proyectos colectivos que recogen doce imágenes (1 por mes) en torno a un tema y que se exponen en el escaparate del local. Las inauguraciones son los primeros jueves de cada mes y, aparte del propio Vila, han colaborado como comisari@s del proyecto Manuela Alonso, Lidia Gil, Marta Mantecón y Fernando Zamanillo.