La Caverna de la Luz

Maite Moratinos Cuerpo encerrado

Estábamos deseosos de que terminara el año 2020 (“Año bisiesto, año siniestro”, dice el refrán) y poder abrazar al 2021 cargados de ilusión, pero enero vino en cuesta, como siempre, con borrascas, terremotos, vacunas y, claro, la pandemia y su tercera ola. Vivimos tiempos coronavíricos, marcados por la enfermedad y la muerte que, a coro, nos recuerdan cuán vulnerables somos y, una vez más, la fragilidad de nuestra existencia. A golpe de moneda, nos lo ha recordado recientemente la artista conceptual Jill Magid con su acción Tender: “The Body Was Already So Fragile” (El cuerpo ya era tan frágil).

A estas alturas de la película, padecemos fatiga pandémica. Posiblemente este virus nos ha devastado, lo que ocurre es que aún no nos hemos dado cuenta. Afrontamos este nuevo año cargados de incertidumbres: “Nunca se puede estar seguro de que el futuro será mejor que el pasado”, ha señalado Joaquín Estefanía. Vivimos en nuestras burbujas personales, protegidos del exterior, aislados del mundo. Afuera, el peligro. Como cantó Bob Dylan, “The answer, my friend, is blowin’ in the Wind” (La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento). El aire parece ser la respuesta, el medio por el que se propaga la imparable tragedia; las mascarillas… nuestra condena.

Los psicólogos nos apuntan que las crisis son oportunidades para crecer, pero una crisis puede tener también impactos nocivos muy duraderos: las crisis –también las sanitarias– pueden sacar lo mejor, pero también lo peor de los individuos.  Sus secuelas emocionales son, a día de hoy, difíciles de calcular, pero las habrá. La pandemia sanitaria dará paso –ya lo está haciendo, de hecho– a una pandemia económica y, con ella, a una pandemia psiquiátrica. ¿Cuánto tardaremos en volver a abrazarnos como hace apenas un año? ¿Lo volveremos a hacer de esa manera?

Hay mucha fotografía en esta imagen de Maite Moratinos. Contiene efluvios de Edward Weston (Nude –Charis, Santa Monica, 1936), de Imogen Cunningham y, por supuesto, de Ruth Bernhard. Imagen sin rostro, imagen anónima, como las Body parts de John Coplans. El cuerpo abatido en su rotunda expresión. También nos conecta esta imagen con artistas que han usado su obra para reflexionar sobre la enfermedad, para visibilizarla: Frida Kahlo,  Joe Spence (“Me di cuenta con horror de que mi cuerpo no estaba hecho de papel fotográfico… estaba hecho de sangre, huesos y tejidos”), Matuschka o Bob Flanagan, entre otros. Hay en ella un intenso esfuerzo de transitar los caminos del relato por veredas alternativas, y se agradece. “Cuando me siento observado por el objetivo, todo cambia: me constituyo en el acto de «posar», me fabrico instantáneamente otro cuerpo, me transformo por adelantado en imagen”, decía Roland Barthes en La cámara lúcida.

En su ensayo La enfermedad y sus metáforas (1978), Susan Sontag señalaba que “basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa”. Sí, definitivamente, nos hemos contagiado de miedo, que se traduce en estrés, en aislamiento y, finalmente, en depresión.

La propia Maite nos comenta algunas de las claves de su imagen: “Tres meses de encierro, en el mismo sitio, con las mismas personas, día tras día, semana tras semana, mes tras mes. Misma rutina y, de repente, podemos volver a salir. ¿Somos los mismos? No, tenemos miedo. Miedo a la cercanía, a la lejanía. Miedo a salir, a estar encerrados. Miedo a lo que conoces y a lo que no. Miedo al contacto. El cuerpo se ha desacostumbrado a vivir, al exterior, a disfrutar de lo cotidiano, a estar cerca de otros. Se contrae para encerrarse en sí mismo, prolongando el encierro”.

Como ha señalado Douglas Crimp, “la función del arte no es solo expresar emociones sino también educar, informar y participar de la lucha activista y política”. Somos cuerpos enfermos, quizás; quizás podamos convertirnos en cuerpos políticos. En todo caso, siempre nos quedará la esperanza, como señala Milena Busquets, de que “el dolor y la pena pasarán, como pasan la euforia y la felicidad” y todo esto –burbujas aislantes incluidas– se convertirá en un mal recuerdo del pasado que, poco a poco, olvidaremos.

Raúl Lucio

Maite Moratinos (Santander, 1994) ha compartido su vida con una cámara de fotos. Utiliza el autorretrato para contar historias y actualmente acaba de terminar dos proyectos fotográficos: Waste, que plasma los problemas medioambientales a los que se enfrenta el siglo XXI, y Cuerpo, representación e identidad. Una historia sobre la transexualidad, que intenta visibilizar al colectivo trans.

 

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