La Caverna de la Luz

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Belén de Benito

Santander, 1974

Belén de Benito, una reconocida fotógrafa de nuestra región, nos muestra en La Caverna de la Luz el lado más ignoto de su trabajo, pero nada mejor que sus elocuentes palabras para comprender las diferentes lecturas de esta, aparentemente sencilla imagen:

Nunca he parado de hacer fotos. Tampoco lo hice en el 2015, tras el diagnóstico de una enfermedad degenerativa y 6 meses de quimioterapia. La fotografía es mi forma de expresión. Más aún, cuando la vida se complica y las palabras enmudecen. Una llamada de teléfono de mi sobrino. «Tienes que venir ahora y ver esto. Es verdaderamente impactante. La acaban de abandonar». Una fábrica que había iniciado su andadura en los años 60, y que había sido una de las cuatro más importantes de España. Enorme. Gigante. Una especie de Chernobyl patrio, de barco varado en la inmensidad del tiempo. Del todo a la nada. Y me identifiqué con ella. Sin ser consciente. Me volví ella. Me veía reflejada en cada uno de esos pilares rotos. De esos muebles abandonados. De esas plantas agonizantes. De esas ventanas abiertas de par en par. De esas historias que contaban aquellas desgastadas baldosas. Allí encontré la nada. Allí encontré el todo. Fotografías antiguas. Informes médicos. Libros. Llaves oxidadas. Agendas. Cuadros. Mapas. Adornos de Navidad. Un pasado cercano. Un pasado lejano. Y allí me quedé. Acompañándola. Acompañándome. Conviviendo con los que la desguazaban. 15 días duró el proceso. Se llevaron hasta los marcos de las puertas. Mientras ellos destruían, yo intentaba construir. Su historia. Mi historia. A contrarreloj. Más de 3000 imágenes componen este complejo trabajo. No he sido capaz de mirarlas hasta dos años después. Fotografías ignotas para todos. Fotografías ignotas para mí. Desconocidas Hasta ahora. Hasta hoy. Una caja de Pandora que abro para La Caverna de La Luz. Y sólo ahora, con la distancia, me he dado cuenta. Lo he visto. No era yo la que manejaba la cámara. Sólo era un testigo privilegiado. Una marioneta. Guiada por un susurro constante, que me repetía sin cesar: «No olvides que ya nada volverá a ser igual. Y recuerda. Recuerda para no olvidar. Recuerda aquello que fuimos».

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